En Cali nací y a Cali vuelvo todas aquellas veces que necesito recordar, con mucho dolor, lo que les ocurre a las ciudades que se han regalado a las mafias de la izquierda comunista en Colombia. Hago énfasis en que desde hace muchas administraciones advertí en qué terminaría el proyecto rojo en la Sucursal del Cielo, pero el paro nacional guerrillero catalizó la catástrofe, y es por esto por lo que, hoy Cali se ha convertido en la nueva Caracas de América Latina. Esto será una crítica mordaz a sus verdugos, pero también a los caleños que en tiempos aquellos se vanagloriaban de su ciudad cívica y hoy viven en un basurero por culpa propia. Mientras Barranquilla o Medellín han construido infraestructura para diez años por venir, Cali ha destruido lo poco que quedaba después del gobierno Hermitage para convertirse en un foco de castrochavismo, y es que se huele en cada rincón de la ciudad. Qué dolor.
Hace unos años ya recibía los comentarios sobre la incesante corrupción y los elefantes blancos que han desfalcado a una de las clases medias más trabajadoras de Colombia. Aún entonces especulaba, pero hoy es un caleño quien escribe esta columna y se atreve a decir que Cali da asco, empezando por su alcalde. Por estos días estuve en la ciudad y realicé un recorrido por las avenidas principales e importantes puntos de comercio que alimentaban a millones de familias. Todo se fue al carajo, menos la impactante imagen de Caracas, parecen la misma ciudad. Las estaciones de transporte público trincheras de los maleantes, los establecimientos comerciales lienzos de los grafiteros, semáforos sin propósito ni funcionamiento, y un oxígeno a delincuencia que se siente desde Palmira. La Cali de polvo blanco, y no de azúcar, la misma de los ochenta y peor, sicarios en cada esquina y la delincuencia común organizada a la orden del día.
Tomé un taxi porque me pareció oportuno hablar con quienes dispensan su día en la calle, y escuché el cinismo representativo de la nueva normalidad. Una caravana de motociclistas del Distrito de Agua Blanca, quienes en días anteriores atendían un sepelio en el Cementerio Central, aprovecharon el funeral para despojar, a unas cuantas docenas de caleños que transitaban por la calle, de sus pertenencias más valiosas. Y la ley, es periódico de ayer. Lo más triste de esta historia es que no se necesitó de un Chávez ni un Maduro para dicha transformación. A Cali le aplicaron una dosis más leve de gobernantes ignorantes, un plan comunista moderado y la misma dejadez de la gente por su ciudad, y con tan poco ya parece Venezuela. Caracas, esa es la nueva normalidad en Cali.
Ahora precisamos recordar algunos de los peores escándalos que tienen a Cali en la perdición. Recuerdo aquella mañana en la que Jorge Iván Ospina firmó un decreto en el que le cedía la ciudad de frente a los guerrilleros de la primera línea, situación que lo tiene hoy investigado por dárselas de comandante de dicho frente. Así empezó la revocatoria y ahora el médico está sin remedio. Hoy es el día que no ha cumplido con el plan de gobierno que prometió. En marzo del 2020 el mismo comandante de la Policía de Cali renunció, porque la situación se salió de control y la administración lo permitió. Hoy 53 de cada cien mil personas en Cali son asesinadas en hechos delincuentes. A esto se le suman los 26 billones de pesos que se ha gastado en una infraestructura vial inconclusa, sin semáforos y contratos engordando. Y que no se nos olviden los elefantes blancos y pesados, la Plazoleta Jairo Varela, el manejo de las aguas del Río Cauca y las reparaciones al Pascual Guerrero. La registradora suena y se estalla con la Feria Virtual de Cali que costó más virtual que en persona, 5.300 millones de pesos, sin procesos de licitación y con los tráficos de influencia de Mauricio Díaz. Si usted no me cree lo invito a Cali.
De manera que la verdadera resistencia en Cali no son los vándalos de Puerto Rellena, sino una clase élite de empresarios y los trabajadores de la clase pujante que hoy viven en un infierno parecido al de Caracas. Jamás pensé en decir esto, pero Cali parece un campo de concentración y adoctrinamiento para la izquierda, si no es que ya lo es. De hecho, me atrevo a proponer una fumigación ideológica auspiciada por las instituciones educativas y la clase política más seria del Valle del Cauca, si es que algo así aún existe. Una campaña masiva de desprestigio contra el mismo desprestigio que la izquierda se ha permitido. Lo perdido hasta hoy, perdido se quedará, pero quiero creer que aún hay una juventud que quiere salir adelante en esta ciudad, y que llena de esperanza la que alguna vez fue la mejor ciudad de Colombia. De momento se nota que el anarquismo se hospedó en Cali.
Una última cosa, vi a Andrés Escobar. Aquel que ustedes llaman paramilitar y yo llamo héroe. Lo veo mejor que antes, por sí algún petrista o bolivariano que lea esta columna se quiere morir de envidia. ¿Se acuerdan de aquel héroe de Caracas de nombre Oscar Alberto Pérez? Aquel que asesinaron con frialdad por defender la libertad de un país entero. Hasta se parecen. Ahí debe empezar el cambio de Cali, en la inspiración que representa Andrés Escobar para una juventud de derecha menospreciada por pensar diferente, por querer defender el patrimonio, la vida y la libertad, y quitarle la administración publica a delincuentes que se victimizan con la pobreza de un destino dictado por sus decisiones y no su suerte. Antes de ver a Andrés, verdadera resistencia de los Caleños, fui a ver al hombre de hierro, Sebastián de Belalcázar, o lo que quedaba de él. Indígenas y delincuentes, puede que Belalcázar ya no esté, pero su legado perdura, y se ve desde el mismo lugar del que quitaron la estatua.