Si este es su caso, tengo una buena y una mala noticia que darle. La buena noticia es que muchos científicos han observado lo mismo que usted y se han propuesto estudiar por qué ocurre esto: ¿por qué hay gente que considera tan “naturales” las posiciones típicas de la izquierda y otros que en cambio se abisman en las posiciones reputadas “normales” por la derecha? Sus investigaciones han ofrecido toda una panoplia de resultados. Por ejemplo, han descubierto que el cerebro de las personas de izquierda y el de la gente de derecha tienen desarrollos diferentes y además activan zonas distintas ante imágenes amenazantes. Por no hablar de que los hábitos de sueño de unos y otros, el modo en que dirigen su mirada, o incluso (si son profesores) las notas que ponen a sus alumnos también varían entre unos y otros. Visto lo visto, no resulta sorprendente, pues, que no nos entendamos a menudo entre los más derechosos y los más izquierdosos.
Ahora bien, si usted pertenece a estos últimos me temo que también tengo una mala noticia que darle. Pues en realidad el problema para entenderse entre la gente de izquierda y la de derecha es, como diría el refrán, que “dos no se entienden si uno no quiere”. Y lo que muestran los estudios científicos es que son las personas de izquierda las menos capaces de predecir y explicar qué es lo que piensan de verdad los de derechas sobre diversos asuntos (mientras que, por el contrario, la gente de derecha entiende bastante mejor qué piensan de veras sus congéneres de izquierdas, aunque luego discrepen de ellos). Dicho de otro modo: la imagen que tiene un progresista de un conservador a menudo tiene poco que ver con lo que de verdad es un conservador; mientras que este último comprende relativamente bien qué es lo que piensa de verdad su rival progresista (solo que, tras comprenderlo, no lo comparte).
Por si este golpe a la imagen que tienen de sí las personas de izquierdas no fuera suficiente (recordemos que les encanta pensar que son más “empáticas” que los demás… pero ¡resulta que con las personas de derechas no lo son! y, encima, ¡parece que estas les ganan a “empatía”!), lamento tener que añadir que la cosa ahí no acaba. Pues algunos investigadores se han planteado también la siguiente pregunta: ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué una persona de derechas sí sabe por lo general explicar los fundamentos en que se basa una de izquierdas, pero esta última falla mucho más a la inversa?
Entre las respuestas que se están proporcionando esta duda la más exitosa parece la desarrollada por Jonathan Haidt y sus colaboradores. La denominan “Moral Foundations Theory” (teoría de los fundamentos morales).
Básicamente su idea consiste en pensar que, debido a nuestra evolución genética como especie, los humanos hemos aprendido a dar importancia sobre todo a ciertos principios o fundamentos morales. Son ellos los que garantizan nuestra supervivencia como homínidos. Esos principios, según Haidt, son sobre todo seis. Todos ellos nos ayudan a decidir qué es lo que está bien y lo que está mal, o sea, qué moral tendremos.
Los dos primeros principios según los cuales razonamos en asuntos de moralidad los denomina Haidt el principio del cuidado/daño y el principio de la libertad/opresión. (Cada principio se enuncia con el nombre de sus dos extremos: el de aquello que propone como deseable y el de lo que propone como indeseable). Casi todos pensamos que portarse éticamente tiene que ver frecuentemente con no infligir daño a los demás e incluso cuidarles; casi todos creemos que quitarle la libertad a la gente está mal y que liberarles de la opresión es loable. Las investigaciones de Haidt corroboran que tanto la gente “de izquierdas” como la de “derechas” comparte esta preocupación por el daño o la opresión que se pueda ejercer sobre los demás, con tan solo una excepción: a los libertarios (a menudo identificados con cierto tipo de derecha, o que en España incluso quieren apropiarse del término de “liberales”) casi solo les preocupa la segunda dimensión citada (si a alguien se le está respetando su libertad o no, si se le está oprimiendo o no por parte del Estado, en quien compendian el súmmum de la opresión posible).
(Esto no significa, claro está, que los libertarios sean indiferentes o incluso disfruten del dolor ajeno. Si alguien cultiva esta imagen de los libertarios es solo, como ya hemos dicho, debido a la demostrada incomprensión que a menudo prodiga la gente de izquierda ante los que no piensan como ellos. Significa solo que en caso de conflicto –y la ética va a menudo de eso, de resolver conflictos entre principios diferentes– los libertarios tenderán a privilegiar la defensa de la libertad por encima de todo lo demás, incluso a pesar de ciertos perjuicios que esa libertad pueda acarrear a algunas personas).
Pero, si exceptuamos a los libertarios, obsesionados con que todo dilema moral tiene que ver solo con no agredir la libertad de las personas, ¿Qué diferencia hay entonces entre el resto de gentes de derecha (conservadores, democristianos, liberales no libertarios, etc.) y las que están situadas a su izquierda? Es ahí donde entran en juego los otros cuatro fundamentos morales con que, según Haidt, la evolución humana nos ha dotado (y ha hecho bien en dotarnos). Pues son cuatro ejes de pensamiento moral en que la gente de derecha se mueve por lo general igual de bien que en los otros dos citados… pero en los cuales se mueve mucho más torpemente una persona de izquierdas.
Dicho de otra manera, para una persona izquierdosa la moralidad se reduce sobre todo a hablar sobre “lo mal que lo está pasando la gente” (¿les suena?) o si hay alguien (los ricos, los blancos, el IBEX, Estados Unidos, el sexo masculino…) que está abusando de su poder. Pero esas no son las únicas preocupaciones morales legítimas de la especie humana. Haidt identifica al menos otras cuatro: justicia/engaño, lealtad/traición, respecto a la autoridad/subversión y pureza/degradación.
Hay que aclarar que en la primera dimensión que hemos citado entre estas nuevas, la que apuesta por apreciar la justicia (que cada cual reciba según aporta a la sociedad) y por castigar al tramposo, la izquierda solo se desempeña algo peor que la derecha, pero no es del todo ciega a ella. De hecho, una estrategia para ampliar la base electoral de la izquierda bien puede ser (y de hecho ha sido a menudo) la de demostrar que hay gente (“la casta”, “los ricos”…) que se está aprovechando mediante engaños del resto y merece ser por ello castigada.
Ahora bien, si una persona engaña a otras y sin embargo ello no la coloca en posición de dominio sobre ellas (lo que ya afectaría al eje libertad/opresión, plenamente “izquierdoso”, como ya vimos), sino que por ejemplo se trata de un parado que engaña para seguir cobrando subsidios del Estado, o un joven que brinca sobre el torniquete del metro para no pagarlo, la izquierda se muestra mucho más comprensiva hacia ello que la derecha. Pues no se considera desde la mentalidad izquierdista un principio tan importante que cada cual reciba en función de lo que aporta a los demás. De hecho, cada vez más personas de izquierda ven deseable que cualquiera cobre mes a mes, desde que nace, un dinero fijo del Estado aunque, por simple desgana, no quiera aportar trabajo ninguno a su país: lo que se llama una renta básica universal garantizada.
Fijémonos ahora en los otros tres principios de Haidt: el primero, el acatamiento de la autoridad; el segundo, la lealtad a tu grupo (defensa de la familia, patriotismo hacia tu país, etc.); el tercero, un profundo respeto hacia ciertas cosas que se consideran como sagradas, que no deben mancillarse en ningún caso. Y bien, en estos tres fundamentos morales restantes la derecha sí sabe manejarse mucho mejor que la izquierda (sospecho que esto resultará lo bastante intuitivo para el lector como para que no deba prolongarme ilustrándolo).
Ello lleva a concluir a Haidt (que se considera él mismo de izquierda) que la mente izquierdista se asemeja a una lengua que no fuese capaz de percibir igual de ricamente todos los sabores de los que está hecho el mundo humano de la gastronomía (es decir, de la moralidad). O, usemos una metáfora visual, el izquierdista es como un daltónico que solo distingue dos colores de la moralidad humana: el rojo que le avisa de que debe evitar el daño y el naranja que le previene contra los autoritarismos. Pero tiene más dificultades en captar el color dorado de la justicia (dar a cada cual según merece). Y casi es incapaz de apreciar esa grisura de transigir a veces en que alguien tiene que ejercer una autoridad no autoritaria; ese amarillo que en heráldica se asocia con la lealtad; y esa blancura propia de lo puro y sagrado.
De modo que, nos recomienda Haidt, si usted es izquierdista (como lo es él), la próxima vez que se sienta escandalizado porque alguien de derechas “no ve lo evidente” o parece “insensible al dolor humano”, pregúntese más bien si no será que es que usted no está viendo todos los colores que están en juego en el cuadro que se presenta ante usted. Y un buen modo de empezar a enterarse de ello es preguntar al maldito derechoso que tiene al lado: pues las investigaciones demuestran que, muy probablemente, lo que usted cree que él piensa no es exactamente lo que él piensa.