Que el periodismo local tiene una credibilidad que oscila entre poco y nada no es novedad; tampoco es novedad que muchos periodistas viven de las dádivas de generosos mecenas amantes de las publinotas pero, pongamos un límite (permítanme ser generoso) a la estupidez.
Alguna vez leí que existen tres oficios que son fáciles de ejercer, las tres “P”: Periodista, panadero y puta. Curiosamente, siempre cuestionamos la moral de solo uno de esos oficios. Bien, ha llegado el momento de cambiar de parecer y respetar un poco más a las prostitutas.
El periodismo es una profesión noble, no así muchos de quienes lo ejercen. Nació en la lucha de las nuevas ideas de la ilustración, se lo conoció como un servicio a los desamparados por la historia; el periodismo narraba las desgracias de estos desamparados. Los periodistas formaban esa casta de “ilustrados” que se convirtieron en voceros de las injusticias.
Hoy, solo son insignificantes empleados de intereses espurios que abusan de las bajezas para obtener un beneficio. Son como dijo Alberto Cortez en su canción “Los demás”: “Las verdades ofenden si las dicen los demás, las mentiras se venden, cuando compran los demás”