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La palabra de la cruz (14): Nace la Iglesia (El encargo de Pedro)

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Antes de haber ascendido Jesús de Nazareth para ir a sentarse a la diestra de Dios Padre, instruyó a sus apóstoles mandándoles que “no se alejaran de Jerusalem, sino que esperaran la promesa del Padre, la cual, les dijo: Oísteis de mí…” (Hch. 1.4) y así lo hicieron.

Llegando el día de Pentecostés, y estando reunidas unas 120 personas, fueron bautizados con el Espíritu Santo, y ante la sorpresa de otras personas por el hecho de oírle hablar en sus propias lenguas, Pedro se pone de pie y da el primer discurso demostrando que Jesús era el Cristo de Dios, el Mesías.

Pero ¿por qué Pedro? Porque así lo había declarado el Señor, que sería Pedro el que abriese la puerta al Evangelio, tanto a judíos como a gentiles (paganos). Y esto ocurre cuando en su recorrido anunciando las Buenas Nuevas, en un momento el Señor se detiene y pregunta a sus apóstoles si qué decía la gente de Él. Pedro contesto diciendo que Él, Jesús, era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Ante esta respuesta, Jesús dijo lo siguiente:

Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro [pétros], y sobre esta roca [pétra] edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.

(Mt. 16.17-19)

Notemos aquí que en el griego hay un juego de palabras (algo común en la didáctica de Dios) entre petros y petra. Pétros quiere decir una piedra o un pedazo sacado de una roca, algo pequeño. Sin embargo, pétras quiere decir una masa de piedra o roca grande. Por ponerlo en forma más entendible, lo que dijo fue: “Tu eres una pequeña roca, pero sobre esta inmensa roca edificaré mi Iglesia”. Suena confuso, salvo que aceptemos el hecho de que el Señor no estaba alabando a Pedro, sino lo que Pedro dijo, lo que le fue revelado por Dios el Padre, es decir, que Él, Jesús de Nazareth, era el Mesías, el Hijo del Dios viviente.

Y así es, pues no somos salvos por confesar que Pedro es el Mesías, sino por confesar y reconocer que Jesús es el Mesías, el Salvador del mundo. Y el mismo Pedro testifica esto cuando escribe en su Primera epístola mencionando las palabras dichas por el profeta Isaías en referencia al Mesías:

He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en Él [en Jesucristo], no será avergonzado. Para vosotros, pues, los que creéis, Él es precioso; pero para los que no creen, La piedra que los edificadores desecharon, Ha venido a ser la cabeza del ángulo; y: Piedra de tropiezo, y roca [pétra] que hace caer.

1 Ped. 2.6-8

Si Pedro (pétros) hubiese sido la roca sobre la cual se edificaría la Iglesia, pues no escribiría esto, que Jesucristo sería la roca (pétra) como la cabeza del ángulo a partir de la cual se edificaría la Iglesia. Notemos que aquí Pedro usa la palabra griega pétra (el Cristo) y no pétros (Pedro), lo que coincide con lo que hemos visto sobre su declaración acerca de quién era Jesús.

Continuando con lo declarado por el Señor que sería Pedro quien tendría la llave del reino de los cielos para abrir la puerta del Evangelio, vemos que en Pentecostés abrió la puerta a los judíos.

Y así nació la Iglesia para los judíos.

Años después, estando Pedro en una ciudad marítima llamada Jope, tuvo una visión de Dios que le mostraba que para Dios ya no había más diferencia entre animal limpio y animal inmundo, dando a entender con esto que, para predicar el Reino de Dios y a Jesucristo, ya no habría más diferencia entre judíos y gentiles. En ese mismo día es visitado por soldados romanos que le dicen que un centurión romano llamado Cornelio, le hace llamar desde la ciudad de Cesaréa.

Para un judío era abominable entrar en la casa de un gentil, y mucho más si se trataba de un centurión romano del Imperio que tenía sometido a Israel y eran terriblemente odiados por los judíos. De no ser por esa visión que el Señor le dio a Pedro, posiblemente no iba a ir a la casa del centurión; mucho menos entrar en ella. Pero, ante el pedido e invitación del centurión, no solo fue, sino que entró en la casa del mismo, en casa de un gentil; un pagano. Le predica el evangelio, y Cornelio se convierte a Cristo con toda su casa y muchos otros allí presentes, y todos son bautizados.

Y allí nació la Iglesia, ahora también para los gentiles.

Queremos hacer nota algo muy peculiar con respecto a esto: entre los años 132-136 d.C., Adriano, emperador de Roma, mandó arrasar Jerusalém y toda Judea, asesinando a unos 600.000 judíos y exilando al resto, produciéndose la diáspora de los judíos a todo el mundo. Israel, como Estado y nación, desapareció, hasta que fue de nuevo reconocido como nación en 1948.

Lo curioso es que cuando Israel volvió a ser nación, y debido al gran conflicto que existía -y sigue existiendo- sobre si Jerusalém es de los israelitas o de los musulmanes, Israel estableció como sede del Estado la actual ciudad de Tel Aviv, en la cual se encuentra el Aeropuerto Internacional Ben Gurión, que es el único aeropuerto internacional en Israel y puerta de entrada de todos los vuelos de todas partes del mundo.

Y esa ciudad, Tel Aviv, es la antigua ciudad bíblica de Jope, en donde Pedro recibió la visión que abrió las puertas del reino a los gentiles. Hoy, Tel Aviv/Jope, es la puerta de entrada del mundo (los antiguamente llamados gentiles) a Israel.

Notable es que fue allí, en la hoy Tel Aviv, donde Pedro abrió la puerta del Reino a los gentiles, cumpliéndose lo declarado por el Señor: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos”.

Y fue así, con la conversión de Cornelio y su gente, como se empezó a predicar el Evangelio a los gentiles, misión que el propio Señor Jesucristo le encomienda a plenitud a Saulo de Tarso, conocido como el apóstol Pablo, quien evangelizó prácticamente toda la parte occidental del imperio romano, por lo cual fue conocido como “El Apóstol de los Gentiles”.

Y fue él, Pablo, quien años después escribe en la Carta a los Efesios (gentiles), lo siguiente:

En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno [judíos y gentiles], derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades… para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.

Ef. 2.12-16

Que Dios sea con nosotros.

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