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Bolivia, sin alfombra y llena de mugre

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Después de la culminación del desorden y el bullicio carnavalero, muchos ciudadanos bolivianos se encontraron que los bancos habían restringido la oferta de dólares al público. Más de uno protestó porque las instituciones financieras más grandes de Bolivia no sean capaces de entregar ni siquiera 100 dólares. Y sí, tienen mucha razón. Pues no estamos ante una falta transitoria de la divisa norteamericana, sino ante un evidente caos económico. Pero, la pregunta es: ¿cómo llegamos hasta este punto?

El inicio de la crisis hay que rastrearla hasta, por lo menos, el año 2006, cuando el Estado nacionalizó la industria del gas. Para ese momento, producto de un irresponsable manejo del dólar por parte de la FED, la cotización del precio de los hidrocarburos era algo inédito. El Movimiento Al Socialismo tuvo en sus manos una cantidad de dinero jamás pensada por otro gobierno en la historia del país.

Obviamente, un gobierno con semejante cantidad de dinero siempre va a tener la tentación de agrandar su esfera de poder. De ahí, que esa caja «chica» le haya servido a la pandilla azul para impulsar el mayor programa de gasto estatal de las últimas siete décadas. Por ejemplo, el número de empleados públicos creció en 23% y el gasto destinado a salarios del Estado en un 333%. De igual manera, se usaron esos fondos para construir obras civiles de gran envergadura. Pero he aquí un detalle, todo, absolutamente todo, lo que hace el Estado es antieconómico. Por eso muchas de esas obras se encuentran abandonadas, incluso nunca fueron utilizadas, otras ya ni existen.

A lo anterior hay que sumarle otra medida igual de peligrosa: el populismo crediticio. Es decir, comprar conciencias de la clase media con una rebaja artificial de los tipos de interés. De esta manera el crédito en Bolivia creció a un ritmo promedio del 23% anual en los últimos años. Las ciudades se llenaron de edificios nuevos y las calles de coches recién salidos de las concesionarias. De repente, los bolivianos éramos dueños de departamentos y vehículos del año.

Todo lo anterior motivó a la dictadura boliviana a vender el cuento del «milagro» económico. Pero lo que en realidad estaba sucediendo era un crecimiento insostenible en el tiempo. Pues el motor del progreso es el ahorro, y no el gasto. Es como aquel vecino que, sin contar con ahorros ni ingresos suficientes, gasta lo poco que tiene en una megafiesta con alcohol, drogas y prostitutas para todos.

Pero hay algo todavía peor. Veamos.

Después de la caída del precio internacional del petróleo, por ende, del gas boliviano, el MAS no estaba dispuesto a parar la fiesta. Por eso, el gobierno se dedicó a acumular déficits fiscales a un ritmo de 8% del PIB. Nuestra deuda se multiplicó 14 veces desde el 2007, cuando llegaba a algo más de $2 mil millones (17% del PIB), hasta llegar a más de $32 mil millones hoy (más del 80% del PIB). Por su parte, nuestras RIN, que llegaron a situarse en $us 15 mil millones el 2014, han caído estrepitosamente hasta llegar a menos de $us 4 mil millones hoy. En sencillo, nos hipotecaron para sostener la fantasía y la jarana.

Durante la época del gasto irracional, muchos se beneficiaron del derroche. Los economistas otorgaban reconocimientos a Evo Morales, las universidades llenaban de doctorados honoríficos al cocalero, y una parte del empresariado boliviano vendía su libertad por unos dólares. Daba la impresión de que mis compatriotas habían perdido la brújula.

Penosamente, la realidad nos toca la puerta. La dictadura ya no tiene más chance de seguir pateando la pelota hacia adelante. Mucho menos de ocultar la mugre bajo la alfombra, ya que la cosa está tan dura, que ni alfombra queda.

¡Pobre país!

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