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Rock Samber y el profeta Facundo E. Recalde

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Hace 35 años, en el mes de enero del año 1988, la idílica comarca paraguaya, histórica “tierra sin mal” de las distintas tribus tupí-guaraníes, fue invadida por extraños personajes que traían bajo el brazo una serie de cosas nunca antes vistas en este país.

El evento principal se desarrolló en la veraniega Ciudad de San Bernardino, lugar en el que el germano Bernhard Förster intentó crear una “colonia aria” junto a su esposa Elizabeth Nietzsche, hermana de un sifilítico y sobrevalorado dizque “filósofo” del siglo XIX. En esa misma villa, el encantador de serpientes y piloto francés Antoine de Saint Exupéry mantuvo platónicos (y no tan platónicos) amoríos con algunas doncellas paraguayas, descendientes de los alemanes del fracasado proyecto de Förster-Nietzsche, antes de su retorno a Europa, no sin llevarse de contrabando a algunos animalitos de nuestras florestas; lo normal con esta gentuza, por más “Principito” que escriban y que digan ser.

Con lo que queremos señalar que el escenario preludiaba un evento que marcaría la historia postmoderna del Paraguay. Pegado al mítico Lago Ypakarai, se montó un espectáculo inédito que se recuerda como “Rock Samber”. Fueron dos días de locura, algarabía desatada por tensiones acumuladas y mal reprimidas. El sábado 16 de enero se presentaron “Los Hobbies”, el gran “Miguel Mateos”, “Fito Páez” y “Paralamas do Sucesso” mientras que el domingo 17 tocó turno para “Onda Corta”, “RH Positivo”, “Roupa Nova” y los célebres “Soda Stéreo”.

Por supuesto que los detractores al espectáculo no escasearon, por lo general, apuntando a los más absurdos argumentos contra el mismo. De igual manera, la proverbial maledicencia de nuestros paisanos siempre sorprende, a propios y extraños, incluso arrancando risas sardónicas hasta al más liberal-progresista. Lo heredamos de nuestras cáusticas y mordaces bisabuelitas, sin duda alguna.

Así, pongamos como ejemplo que los más atrevidos empezaron a llamar a Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti como los “SIDA Stéreo”. Dardo tan envenenado que, según se dice, estuvieron a punto de suspender su participación, los muy cristalitos. Pero se entiende, es que en esa época muchos artistas morían azotados por tan incomprendida y discriminada enfermedad, como entonces era el Síndrome de la Inmunodeficiencia Adquirida. Todavía más, les pegaba muy de cerca el asunto puesto que Federico Moura, el vocalista de la banda argentina “Virus” (que supuestamente tenía pensado venir para el Rock Samber) entró en su etapa terminal de SIDA a finales de 1988 y bueno, lo demás es historia. Aprovechamos aquí para solidarizarnos con todos aquellos que hayan sufrido o siguen padeciendo esta dolencia, que hoy día ya no es tan grave como hace 35 años.

Las papas quemaban, señoras y señores. La cosa estaba que ardía. Eran los últimos años de la Dictadura del General Alfredo Stroessner, se sentía en el ambiente la decrepitud de su “Cuatrinomio” y demás impresentables. Forzaron al “Tembelo” a mantenerse en el poder a falta de un sucesor promisorio, quizás el más grande error político del avezado “Artillero Corazón de Acero”. Pero no hablemos de politiquería.

Lo cierto es que ante la intensa festividad que se armó por ese “Woodstock Paraguayo” que fue “Rock Samber”, que habría congregado a unas 30.000 personas en las dos noches, apareció un hombre, quizás disfrazado de profeta, que al mejor estilo bíblico bramó contra la evidente sodomía de esa Gomorra que por dos días (en su opinión, desde luego, no la mía) fue la Ciudad de San Bernardino.

Su nombre era (y creo que sigue siendo, pues me parece que todavía camina como trueno por estos lares) Facundo E. Recalde. O por lo menos así firmaba sus artículos. Yo no lo conozco en persona a este caballero, ni siquiera he escuchado más sobre su existencia aparte de que sus columnas, publicadas en Diario Patria, son siempre recordadas por aliados y detractores a su causa, que fue la causa “anti Rock Samber”.

Facundo, que lleva el nombre del famoso “gaucho malevo” de las evocaciones del luciferino Domingo Faustino Sarmiento, con pluma mitad quevedina y mitad guaranítica, como buen mancebo de esta tierra, vituperó con furiosa reprobación al “maldito espectáculo”, según sus palabras, que se produjo en la veraniega San Bernardino. Sus críticas, espasmódicas saetas que prefiguraron lo que hoy conocemos como un “Hilo de Twitter”, no solo tienen ese ácido humor que alguna vez fue característico de nuestro país (esté o no a favor uno del contenido) sino que con el paso del tiempo, fueron ganando más y más preponderancia, al punto tal que hoy podríamos llamarlas “proféticas”.

Como un martillo de herejes, Recalde golpeó y aturdió más que el mismo “Rock Samber” con verdades a mazazos. Antes de seguir, quiero acotar aquí y ahora que estoy escribiendo esto mientras escucho el álbum “Epicus Doomicus Metallicus”, obra maestra del “Doom Metal” de la banda sueca “Candlemass”. Pueden imaginarme, en la medianoche oscura, con una copa de vino y un cigarrillo quemándose mientras entono, imitando al vocalista Robert Lowe:

Time stands still in these ancient halls… Only the castle itself can tell what it keeps…

Es que la música, con todas sus sutilezas y mágicas intrincaciones, es un poderosísimo canal para transmitir cualquier mensaje. Ludwig van Beethoven lo descubrió así con su obra maestra, la “Novena Sinfonía”, con ese cántico majestuoso (con letra discutible) de su cuarto movimiento. En tiempos clásicos y barrocos, salvo jocosas excepciones, fuerza de la palabra, del logos, en la música estaba reservado para honrar al Altísimo y al Divino Redentor. Además, “la ignorancia es una bendición” y mucha profanidad ha quedado oculta bajo el delicioso latín o quizás el griego; no todos son políglotas y menos aún manejan las poderosas lenguas antiguas con sus abracadabras, con sus encantamientos indescifrables.

También está la ópera y sus obscenidades. Claro, con maravillosa composición musical. Siempre me causa risa “Madame Butterfly”, la muy ridícula haciéndose el “seppuku” luego de que al mejor estilo de Antoine de Saint Exupéry en San Bernardino, el navegante yanqui Pinkerton “comió y luego voló”. Las paraguayas quizás no sean de sibilina porcelana como las niponas, pero jamás se ha escuchado que alguna se haya traspasado las entrañas con un machete porque un contrabandista francés le haya engañado de tal manera. Pero me dirá Ud. que “Madame Butterfly” es un delirio de su compositor Giacomo Puccini, a lo que contesto que “Ud. tiene razón”.

¿Pero qué hay de edificante en “Madame Butterfly”, por ejemplo? Nada, más allá de la belleza sublime de su música y su peculiarísima historia. Repito: absolutamente nada de nada. Por eso a veces tengo mis disputas con aquellos que afirman que “la Belleza salvará al Mundo”. Amigo, hay que definir claramente el concepto de “Belleza”, porque “Madame Butterfly” tiene hermosísimo lirismo en un guion cautivante, pero nada de favorable a la cristiandad, incluso sí quisiéramos ver al harakiri de la protagonista como un “acto de virtuosa honorabilidad”. Igual nos deleita a los melómanos, pues esas son las licencias del buen arte aunque venga sin moralejas aparentes.

Dark are the secrets between its walls, hidden in shadows of death while the sorcerer sleeps.

Facundo E. Recalde cometió quizás un solo error. Se concentró mucho en la “música” siendo que esta no es sino un vehículo por el cual se transmite todo lo demás. Podría ser un verdadero Lamborghini como la mejor ópera italiana, o un sencillo Renault de maquila hecho en Argentina, como las obras de Fito Páez, a quien dedicó un excelente artículo que hasta hoy es leído y releído por aplaudidores y detractores. La música en sí misma y en general, no es el problema.

Pero en donde acertó Facundo E. Recalde y lo hizo con plenitud total, es en su vaticinio exactísimo sobre la decadencia y la degradación social que, detrás de la excusa de la música, venía disfrazada. El mencionado autor tiene el mérito de haber sido el primero (y que yo sepa, el único en toda la no muy rica literatura paraguaya) en haber citado al difunto Sacerdote Jean Paul Régimbal, Profesor de la Universidad de Ottawa (Canadá) y Capellán de Policía y Prisiones.

Sanísima era la doctrina del Cura Régimbal, quien denunciaba abiertamente a la “cultura del rock” (no tanto a la música, aunque también en algunos puntos) y llegó a señalar que todo este movimiento, en sus diversos rostros, no era sino una faceta más de la guerra de la francmasonería en contra de la Iglesia Católica. Tengo entendido que Facundo E. Recalde se inspiró mucho por la obra de este buen sacerdote. ¿Y acaso alguien puede cuestionar la degradación social que vive la humanidad hoy mismo? Lean estas maravillosas, aunque dolorosas, palabras del “Facundo”, no del demoníaco Sarmiento sino del profético Recalde:

La libertad que se fundamenta en el vicio y que desemboca en la corrupción no es libertad, sino simplemente, una de las más tenebrosas caras de esta civilización occidental y cristiana (¿?) que va siendo consumida por sus tremendas contradicciones…

Ni yo lo habría escrito mejor, en menos palabras. Claro, quizás el lenguaje de sus columnas, en general, era muy sensacionalista, exagerando un poco las cosas y copiando mucho al estilo del Cura Régimbal. ¿Pero acaso los visionarios no tienen esas libertades, siendo que buscan el bien de la sociedad en general? Desde luego que “nadie es profeta en su tierra” y Facundo E. Recalde, sí es que existe el personaje, así lo habrá comprobado. De cualquier manera, un año después de Rock Samber, el Gobierno del General Stroessner había terminado. Era inevitable, después de todo, y entonces toca cantar con Candlemass:

Where is the morning, where is the sun? A thousand years of midnight, the sunrise is gone!

En algún artículo, Facundo, gaucho de Diario Patria, había dicho otra serie de verdades ardientes como el fuego. A la infaltable acusación de que el rocanrol era “comunista”, quizás lo único que podía llamar la atención a este pueblo de horteras pseudo intelectuales, venía una que sí era mucho más acertada y correctísima:

Estados Unidos de América, la cuna del rock… ¿Qué ejemplo podrían darnos estos homosexuales que se visten como mujeres, hablan como mujeres, se comen las uñas como mujeres y que hasta a las mujeres repugnan?

Mucho hablar de Simone de Beauvoir, de la “ideología de género” y demás yerbas, más un humilde paraguayo como Facundo E. Recalde entendió mejor que otros que en realidad, es de Estados Unidos de América de donde viene esta ponzoña maléfica. Aclaremos que los homosexuales, en sí mismos, no son culpables de esto. ¡Es el sistema que hoy domina al mundo entero el que tiene la culpa! Ellos son utilizados nada más, como el yanqui Pinkerton usó y abusó de Madame Butterfly hasta romperle el corazón y dejarle sin vida.

Igual, creo que Facundo E. Recalde, quien logró todo lo que un autor de columnas periodísticas puede desear, esto es, que sus breves artículos sean leídos de generación en generación, quizás puede sentirse feliz por lo siguiente: el rocanrol está sucumbiendo, lenta pero irremediablemente.

Quedamos unos pocos quienes lo escuchamos de verdad, es decir, los que nos buscamos salir de los envoltorios armados por el establishment y preferimos un pequeño nicho bien metálico, como Candlemass, a quienes estoy escuchando mientras escribo esto. Pero la mayoría no tiene la más sencilla capacidad de diferenciar a Madonna de SIDA Stéreo, perdón, Soda Stéreo. Consumen a ambos indistintamente, como si nada. Y desde luego, ahora todo el mundo está hablando de Shakira y su presunta canción, que hace que Fito Páez parezca un Lamborghini mientras ella no es sino un vulgar Renault Twingo.

El rocanrol está casi muerto, tiene fecha de vencimiento, probablemente se extinga en sus corrientes más populares cuando fallezcan los “Baby Boomers” que fueron los que vivieron el desenfreno en Rock Samber como en EEUU fue lo de Woodstock casi veinte años antes. Quedaremos en un aislado nicho los que cantamos “A Sorcerer’s Pledge” de extrañas bandas suecas en medianoches de vuelapluma. Es que en el fondo, el rocanrol requiere de talento y de desafío a lo imperante; y al mundo globalista en que vivimos no le gusta que lo cuestionen y desprecia a lo que tiene verdadera calidad artística. Es más dictatorial y más tiránico que cualquier cosa que hayan atribuido a Alfredo Stroessner, por lejos.

Las columnas de Facundo E. Recalde en Diario Patria, sí es que existe o existió en verdad ese señor, seguirán siendo leídas como un momento histórico de las letras paraguayas. Quizás no es un encantador de serpientes como Antoine de Saint Exupéry, tal vez no alcanzará la inmerecida fama de Nietzsche, pero logró lo que pocos han podido: ser recordado por sus artículos sobre esos espectáculos roqueros acaecidos en la Ciudad de San Bernardino, al menos en este país en el que nadie lee. Los más insulsos y limitados lo verán como “el viejo tonto, enemigo de la liertá, que se animó a criticar al rocanrol”. Pero no faltarán quienes, con mayor tino y mejor juicio, revisarán sus quizás sensacionalistas y exagerados pero absolutamente correctos diagnósticos y dirán “este hombre, más allá de sus gustos musicales, fue un visionario y entendió todo”.

¿Y “el Principito” está sobrevalorado? Dejemos esa pregunta zumbando en el aire… Pero una posible respuesta viene con un vocablo de cinco letras, muy empleado en la Buenos Aires de 1988 y que empieza con efe.

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