Sri Lanka, este pequeño Estado insular ubicado al sur de Asia, más concretamente, al suroeste en el Mar de Laquedivas, es un país fundamentalmente agrícola que combina con el turismo, dado que posee milenarios tempos budistas. Pero, Sri Lanka arrastra una elevada deuda externa, pues, en el 2019 la misma se ubicó en 42,9% del PIB y en apenas dos años más tarde, la misma se disparó al 101% del PIB, una cifra absolutamente inmanejable.
La cuarentena, una de las típicas medidas aplicadas por los gobiernos para combatir el COVID19, los atentados suicidas del 2019 justamente en hoteles e iglesias y que dejaron un saldo de 260 muertos, todo ello combinado a las excesivas cargas tributarias además de la torpeza de prohibir la importación de fertilizantes químicos que terminaron arruinando a los agricultores. Estas torpes medidas impuestas por el gobierno de Gotabaya Rajapaksa, aunadas a la corrupción, el despilfarro y mala gestión en general del clan de la familia Rajapaksa -que han controlado la isla en las últimas dos décadas- llevaron a Sri Lanka a su peor desempeño económico desde su independencia del Reino Unido en 1948.
Hoy el país está ante una situación de impago, por lo que ningún Estado o empresa le otorga crédito para la compra de alimentos entre otros insumos. En crudo, atraviesa un escenario de estanflación, es decir, baja productividad (-3,6% el 2020, según datos del Banco Mundial) y alta inflación, la cual supera los 50%, al tiempo que su moneda cayó 80%, lo que se ha traducido desde hace meses una fuerte escasez de alimentos, gasolina y hasta electricidad.
La suma de todo ese conjunto de males, desembocaron en un primer brote de protestas violentas que en mayo obligaron a la renuncia del Primer Ministro y hermano del Presidente Mahinda Rajapaksa, siendo sustituido por Ranil Wickremesinghe. Pero el mero cambio de Primer Ministro no resolvió los problemas, por lo que las protestas volvieron y esta vez llegaron a su cenit con la toma de las residencias oficiales tanto del Presidente de la República como del propio Primer Ministro, las imágenes de las tomas de ambas sedes y la inacción de la Policía, han recorrido el mundo.
El Presidente Rajapaksa anunció que renunciaría el miércoles de esta semana, ese día intentó huir del país, pero fue frustrado tras ser bloqueado por funcionarios de migración. El jueves, Rajapaksa partió desde el Aeropuerto Internacional de Bandaranaike en un avión militar, primero a Las Maldivas para posteriormente tomar otro vuelo que lo llevara a Singapur, desde donde renunció vía correo electrónico. Correo que fue remitido a la Fiscalía General de la República y posteriormente se aceptó dicha renuncia, por lo que el impopular Primer Ministro Wickremesinghe asume como Jefe de Estado de Sri Lanka.
Pero los desafíos de Sri Lanka no terminan con la salida del poder de los Rajapaksa, sus problemas son estructurales, pues, ahora mismo nueve de cada diez familias se salta una comida diaria, es decir, el país está ante una inminente emergencia humanitaria, además que las posibles ayudas tanto del Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional e incluso de China, requieren de un gobierno mínimamente estable que garantice una gestión adecuada para los fondos de ayuda.
Antes de cerrar, quiero significar que la sociedad srilanquesa llegó a este punto de colapso en gran medida, como consecuencia directa de la aplicación de las flamantes cuarentenas, absurda, autoritaria e ineficiente medida sanitarias para combatir el virus chino, al aplicarlas sólo lograron empujar a millones de personas a la pobreza y al hambre, tal como lo estamos observando en Sri Lanka, que junto a praxis de gobiernos plagados de corrupción, malversación y despilfarro, serán el escenario futuro de la gran mayoría de los países en vía de desarrollo. Solo una rectificación apalancada en una consolidación de las libertades, el capitalismo como modelo económico y una gobernanza transparente nos salvarán de esta tragedia.