Analisis

La irracionalidad, un cadáver arrojado a un pozo para envenenar el agua

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Como un preludio melódico, el número Pi se nos representa con la numeración 3,14, un número irracional porque no tiene fin, es decir, que es infinito hasta que se demuestre lo contrario. Algo así como la estupidez humana. Su estudio viene desde tiempos inmemoriales, hasta que en el siglo XVIII se probó su irracionalidad. Como dijo Albert Enstein: «En el mundo hay dos cosas infinitas: «El Universo y la estupidez humana». La demostración del número Pi, es una fórmula compleja, pero la demostración de la estupidez humana a través de la teoría de Carlo Cipolla. Le leggi fondamentali della stupidità umana, 1988 (ed. en español, 1996), la cual se rige por cinco leyes fundamentales, no se queda atrás. Veamos cuáles son:

  • Siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación.
  • La probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier
    otra característica propia de dicha persona.
  • Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener
    ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el
    proceso.
  • Las personas no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida;
    constantemente olvidan que en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier
    circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error
    costoso.
  • Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir.

La irracionalidad es ante todo una descompostura de los mecanismos normales de interacción entre las personas. Es, por lo tanto, una derrota de la normalidad y es solo si equívocamente se identifica la normalidad con la racionalidad que puede entenderse la irracionalidad como una derrota de la racionalidad. No hace falta tener un máster o doctorado en sociología o, antropología, para darse cuenta del monstruario que se nos ha plantado en nuestras sociedades. Antes ibas al circo para ver a los monstruos del pasado como: enanos, gigantes, momias, zombis, gatos con alas, gente deforme con dos cabezas, con una también, no nos vamos a engañar, hoy digeridos por la vorágine de la irracionalidad, y así adoptar esa postura políticamente correcta para identificar lo diferente. Esto me recuerda a Charles Dickens y su libro Tiempos Difíciles, que recomiendo encarecidamente. Quisiera puntualizar que yo, no. Y es cuando al salir de casa te encuentras con, para citar las palabras de Sánchez Dragó y sin haber fumado hierba, y recordando a Walter Bishop en la serie Fringe, otro tipo de circo ambulante muy característico, bichos raros, nada parecidos a ti, querido lector o, a mí, sino a otro tipo de monstruos salidos de un mundo superior:

«gente con más tatuajes que los actores de la película Piratas del Caribe, gente con más objetos de metal incrustados en la piel, que los propios indígenas que llevaban en las tierras vírgenes de África, cuando llegaron los primeros exploradores ingleses a ellas. Gentes infringiendo a todas horas el lenguaje de los dioses, por un lenguaje vulgar, grotesco, siniestro e inclusivo para denotar su ralea, y para colmo, gentes que ya no sabes sin son hombres, mujeres, trans, elle o ñus, si esos animales que van en manada por la sábana africana».

Para finalizar les hablaré de los Adamistas, otra estupidez del hombre, cuyo nombre se dio una secta, unos tipos del norte de África allá por el siglo II después de Cristo y que creían que siguiendo en todo, la apariencia de Adán, estarían más cerca de Dios, del Paraíso y de la verdad eterna. Por lo tanto, no sólo iban desnudos, sino que practicaban la abstinencia sexual por considerar que el sexo fue el pecado primigenio, verdadero y único motivo de la perdición de los hombres. Sus raíces son de origen gnóstico, es decir, de aquellas escuelas religiosas y filosóficas que aseguraban estar en posesión de secretos y conocimiento (gnosis) que los apóstoles habían depositado en un grupo de escogidos para salvaguardarlos de la plebe inculta que acabaría por corromperlos.

Esperemos no seguir su ejemplo, qué cruz. Y que al final del túnel, ese número mágico llamado Pi, tal vez, y solo tal vez, llegue a la racionalidad y con ella, la cordura del ser humano.

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