Hace casi ochocientos años Guillermo de Occam (1287-1347), un fraile católico de la orden de San Francisco de Asís, formuló un principio de economía del pensamiento que llegaría a ser uno de los fundamentos del quehacer científico. El principio venía a decir algo así como que, entre dos explicaciones sobre un fenómeno la más simple debería ser la que mejor refleje la verdad. En otras palabras, entre dos hipótesis explicativas de un evento natural, tendía a ser correcta la que se basaba en menos proposiciones, es decir, la que no multiplicaba en exceso sus términos. El principio de “preferir una hipótesis sencilla a una compleja si ambas tienen el mismo poder explicativo de un fenómeno” pasó con el tiempo a denominarse occamismo o “navaja de Occam”, debido a que esta herramienta metodológica sirve para cortar la realidad y examinarla diametralmente. También se le ha llamado principio de parsimonia.
La navaja de Occam es fundamental en la ciencia moderna donde la elaboración lógica de las hipótesis debe responder a principios de economía del pensamiento, sea por cuestiones epistémicas, sea por cuestiones metodológicas. En el primer caso, porque nuestros modelos y teorías deben ser capaces de explicar la infinita complejidad de los fenómenos que nos rodean de una forma que podamos separar lo esencial de lo accesorio, lo cual es imposible de hacer aumentando ad infinitum las proposiciones de nuestras hipótesis. En el segundo caso, porque si la ciencia deberá ser una herramienta para aproximarnos a una esquiva realidad que nos circunda debe adaptarse a nuestras limitaciones cognoscitivas: nadie está preparado para lidiar con hipótesis demasiado largas.
Sin embargo, el mismo principio _ la parsimonia_ que sirve para que los científicos modernos elaboren hipótesis, descubran partículas fundamentales o establezcan los cimientos de la conquista del espacio puede ser instrumentado también por insignes idiotas para sostener las más inverosímiles imposturas. Sucede que llevando el principio a sus extremos uno se dará cuenta que las explicaciones dogmáticas o los slogans políticos no multiplican sus proposiciones y pueden pasar a ser verdades de uso que se mantienen ad populum: porque todo el mundo lo dice. “La tierra es plana” _ es una proposición que sostienen miles de personas en el mundo a pesar de que todos los días se realizan millones de vuelos a través de un planeta evidentemente esférico ¿Responde la proposición a la Navaja de Occam? Superficialmente sí. Cualquier explicación racional y empírica de que la tierra es esférica deberá contener muchas proposiciones adicionales, por lo tanto, será difícil argumentar en términos parsimoniosos contra los terraplanistas.
Otra razón de economía del pensamiento que facilita el uso inescrupuloso del occamismo es lo que se ha denominado recientemente el principio de la asimetría de la estupidez (2013), el cual sostiene que “la cantidad de energía necesaria para refutar una estupidez es mucho mayor que la que se necesita para producirla”. Las personas, como yo, apasionadas por la discusión y el debate, nos hemos encontrados sistemáticamente con individuos que repiten slogans o frases hechas a modo de mantras sobre asuntos de importante complejidad, y hemos padecido el cansancio de tener que elaborar explicaciones articuladas que se estrellaban contra el muro impenetrable de una frase talismán. “Mi cuerpo, mi decisión” _ “No, señorita, 1) No es tu cuerpo, es un ser vivo distintito a ti misma; 2) está alojado circunstancialmente en tu útero; 3) Es un ser humano que posee carga genética distinta a la suya, con 23 pares de cromosomas que no son los tuyos; 4) Tiene además sistema cardiovascular independiente, etc., etc.”. Naturalmente, uno termina por descubrir que es inviable entablar una conversación racional con personas que han renunciado a la razón como la “piedra de toque” alrededor de la cual podemos establecer consensos mínimos, y quizás ese pueda ser otro significado al bienaventurado consejo de “no arrojar perlas a los cerdos”, aunque dudo que las cerdas asesinen a sus crías en el vientre.
Nunca deberíamos olvidar que las mejores oportunidades pueden sucumbir frente a la irracionalidad y la ceguera electiva. El occamismo, una herramienta elaborada para buscar el conocimiento, puede jugar en contra de la genuina búsqueda de la verdad, especialmente en un clima social donde la verdad ha dejado de ser importante. Aunque también será necesario decir, en honor a la justicia, que no existe herramienta metodológica alguna que sirva para encontrar la verdad en un ambiente donde se promueve, celebra y entroniza la deshonestidad intelectual.
La navaja de Hanlon, una deriva inspirada en el principio de Occam, es una herramienta de la lógica, que demanda racionalmente de mí que “nunca le atribuya a la maldad lo que puede ser explicado satisfactoriamente por la estupidez”. Esto me parece absolutamente razonable, siguiendo a Occam/Hanlon, pero, ¿cómo puedo diferenciar a los malvados de los estúpidos?
Las leyes de la estupidez humana
El economista italiano Carlos María Cipolla (1922-2000) estableció, con cierto nivel de ironía, las cinco leyes de la estupidez humana y nos legó un gráfico para que nos cuidemos de los imbéciles. Para un análisis más detallado pueden leer el artículo del comunicador Felipe Goroso del Diario La Nación. A continuación, las cinco leyes:
- Siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación.
- La probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona.
- Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso.
- Las personas no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida; constantemente olvidan que, en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error costoso.
- Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir.
Considerando dos ejes, uno horizontal y otro vertical, donde en el primero se refleje el beneficio propio y el perjuicio propio como extremos; y en el segundo se verifique el beneficio ajeno, en un extremo, y el perjuicio ajeno, en el otro; se pueden clasificar a cuatro tipos de personas:
Una persona que actúe en beneficio ajeno perjudicándose en el proceso sería un INCAUTO; quien al actuar se beneficie a sí mismo mientras beneficia a los demás es un individuo INTELIGENTE. Si una persona perjudica a los demás para beneficiarse a expensas de ello es una persona MALVADA o PERVERSA ¡Ah, pero los ESTÚPIDOS! ¿Quiénes son los estúpidos? Son las personas que cuando hacen algo no solo ser perjudican a sí mismos, sino que se cagan en todo prójimo que se encuentre al alcance de su perniciosa influencia.
Un adulto estúpido es una grotesca versión de un adolescente, capaz de creer cualquier tontería que halague sus sentimientos, pero a diferencia del adolescente, con la capacidad material de perjudicar severamente a otros con las consecuencias de su accionar estulto. Estas versiones adolescéntricas esperpénticas, adultos disfuncionales, que creen que es cool abrazar ilusiones para posar de buenos, poseen matices perversos, especialmente por la renuncia que han hecho como individuos a la búsqueda de la verdad. En otras palabras, un adulto estúpido es muy peligroso, y por eso sus mandriladas opiniones deben ser disputadas en público y sin cuartel. Esto demandará, sin dudas, gran energía y preparación de nuestra parte, pero recuerde: usted o yo no debatimos para convencer al estúpido, sino para evitar que otros, los espectadores de sus estupideces, sean infectados con sus ideas batracias. El orden social y político depende de ello. Facundo Cabral,quien fueranominado al Nobel de la Paz 2008, quien conocía perfectamente las leyes de la estupidez humana acertó cuando dijo:
“Mi abuelo era un hombre muy valiente, sólo le tenía miedo a los idiotas. Le pregunté ¿por qué?, y me respondió: porque son muchos, y al ser mayoría eligen hasta al presidente”.
¡Grande Facundo!