En una noche pletórica de emociones fuertes y de evocaciones a jornadas así, pero de otra época, Paraguay, la Albirroja consiguió salir más que viva de un combo muy complejo por los rivales y por la situación propia de no llegar a ser un equipo competitivo. Un pequeño milagro permeó la densa humareda que nos aborda y se derramo cual rocío en la noche del Defensores. Los de Alfaro consiguieron ganar a la siempre potente Brasil y, sumado al gran punto sacado de Montevideo, cerraron la etapa con sensaciones de otro tiempo.
El viejo nuevo Paraguay en Montevideo
Montevideo. O momentos antes: los nuestros llegaban a tierras charrúas con una mochila difícil de cargar con los rendimientos que no estaban decididamente a la altura de las circunstancias. Nos veíamos y sentíamos tan lejos de otra fase final de la Copa del Mundo de la Fifa. La desesperanza y la desconfianza campeaban por sus fueros, dueños del caos desatado, disfrutando cual diablo del fuego cruzado del todos contra todos.
Nadie se salvaba: dirigentes, jugadores, entrenadores, periodistas. En las esquinas de los bares, de las bodegas, de los puestos de venta de comida, eran todos culpables.
Bueno, Montevideo: Gustavo Alfaro que se acababa de calzar el traje de flamante seleccionador había endulzado ciertamente los oídos de los pocos que manifestaron intereses en escucharlo, Por primera vez, en mucho tiempo, habló de intangibles, de espíritu, de alma, de gen de identificación y de vuelta a las raíces. Y Paraguay saltó al legendario Centenario luciendo traje a la vieja usanza, pero de estilo. Traje de autor.
Eso fue Paraguay. El viejo, el de tantas hazañas rayando el milagro, pero también de nuevo estilo, aggiornado: líneas juntas sí, repliegue y pasar la línea de la pelota para defender, sí, agresividad en la disputa, claro… un único punta peleando la buena batalla, también.
Pero Paraguay también fue transiciones a ataque con dos o tres pases; fue, además, un equipo que intentó conectar con el enlace en nombre de Julio Enciso para que desate el temor en las líneas celestes. La Albirroja mostraba nuevos argumentos a partir de la asociación de sus volantes ofensivos y atacantes. ¡Gran empate! Paraguay se rebelaba ante la adversidad y como tantísimas veces en su historia plantaba batallaba aun cuando se antojara imposible la gesta.
A tentar el cielo
¿Por qué no? En las calles, la gente se miraba y se decía sin decir “¡es el momento!” Respondimos a la convocatoria y a la ilusión. Dimos lo nuestro apoyados en un solo resultado y en las esperanzas más grandes que puede albergar un corazón. Así es el pueblo paraguayo que soporta todo y no pierde las esperanzas; así es que necesita de muy poco para ser feliz. La gente respondió porque entendió que era el momento, y copó el Defensores del Chaco.
En medio, un partido más por las Clasificatorias: Paraguay que creía en la nueva fe contra una turbada y enojada Brasil. No se demoró mucho en que cada equipo demuestre su pilcha. Brasil intentando que la pelota llegue lo más limpia posible a cualquiera de los miembros de su tridente, pero con poco equilibro en la pérdida, y poco conexo.
Paraguay, hambriento y creyente, olió la herida y la duda y el temor. Y fue jalonado por el mejor en los registros de las transiciones y la disciplina requerida: Diego Gómez. Julio Enciso se encargó de juntar a mucho brasileño pero le faltó liberar a zonas y compañeros libres. Pitta fue implacable en su faena, Bobadilla adquirió quilates necesarios y demostró una gran evolución en el juego y en la competitividad.
El gol llegó justo en el momento en el que tenía que llegar. Parece una obviedad, pero nos puede ayudar a entender que los momentos justos son determinantes. En medio de todo el caos destructivo que nos sometía, se fueron dando encajes de piezas que rápidamente configuraron un nuevo panorama auspicioso. Tal vez, Alfaro en otro momento no causaba este efecto; tal vez Alfaro sin el precedente de nuestro equipo no era necesario.
Tal vez si Julio no arriesgaba en la jugada previa, no permitía la llegada de tanta gente al área brasileña. Momentos.
El plan defensivo se vio funcionando a todo vapor: no regalar espacios ni situaciones propicias al uno contra uno de los verdeamarillos. Defensores sobrios, atentos y contundentes. Y por último, un monje zen en portería en la figura de Gatito Fernández.
Paraguay ganó de forma merecida porque fue coherente y porque se aferró a su locura en forma de esperanzas, y salió con grandiosas expectativas para el futuro.
Detrás de escena, gran mención para la correcta lectura de Gustavo Alfaro. Y no me refiero solo a la lectura táctica y estratégica: el seleccionador argentino apuntó director al dolor padecido, a la inseguridad de los nuestros, al temor y la desconfianza. Les dijo “estamos juntos en esta”, les tendió la mano y eso bastó. El gran desafío es sostener en el futuro porque como la esperanza es grande, las expectativas crecieron exponencialmente.
A seguir hojeando los libros de la buena memoria.