El sábado 13 de julio de 2024, fuimos testigos (muy indirectos, pero con cobertura casi instantánea por medio de las redes sociales) del ataque terrorista que el ex presidente de EEUU Donald Trump sufrió cuando se encontraba en pleno discurso electoral en el pueblo de Butler, en Pensilvania.
Cuántos más detalles nos llegaban, minuto a minuto (sin que pudieran ser filtrados ni predigeridos por la prensa internacional de los «oligarmedios»), más nos sorprendíamos ante la clara incompetencia y criminal ineptitud, por no pensar otra cosa, de los Servicios Secretos de EEUU y de la policía local para prevenir e impedir este atentado terrorista, que por pocos milímetros, por una centésima de segundo, por un soplido del viento y por un movimiento inesperado de Donald Trump, no concluyó en tragedia; se cree que el expresidente de EEUU recibió una herida de bala, o más correctamente, el roce de una bala de rifle tipo AR, a la altura de su oreja derecha.
Presuntamente, se identificó al tirador, que habría disparado desde un techo, completamente desguarnecido, a no más de 150 metros del escenario en donde se encontraba Trump. El terrorista descargó por lo menos cinco balazos; se habla de que murió una persona del público, y por lo menos dos quedaron gravemente heridos.
Por cómo se dieron las cosas, y con la evidencia que se dispone ahora, solamente queda decir que Donald Trump está vivo por un auténtico milagro. Alguno hablaría de la «Mano de la Providencia», que en ese instante intervino y desvió un disparo que sin duda, de haber impactado de pleno, habría sido letal.
Realmente, no sabemos lo que depara el futuro para ninguno sólo de nosotros. Lo que queda claro, es que tras este atentado fallido, las posibilidades de reelección del republicano Donald Trump para la presidencia de EEUU se incrementan exponencialmente. Su rival demócrata, el actual presidente Joe Biden, que ya estaba sumamente cuestionado por su estado de salud y los achaques de su vejez, además deberá afrontar las críticas ante el horrible operativo de seguridad del Servicio Secreto de EEUU, que fracasó enteramente para proteger a Donald Trump; el candidato republicano salió con vida del ataque terrorista porque, simple y llanamente, Dios todavía no le llamó a rendir cuentas…
Y quizás esa es la conclusión que podemos sacar de todo esto: que la Divina Providencia actúa de maneras misteriosas. Que la muerte de Donald Trump estuvo pactada para ese 13 de julio de 2024 en Pensilvania, pero el Señor del Universo dijo «no».
Tal vez, el Divino Hacedor tiene como plan que sea Donald Trump el que conduzca a los EEUU en la etapa en que se inicia su marcada decadencia, que promete ser larga y penosa, como la de muchos imperios en la historia. O quizás, con el republicano reelecto para la presidencia de su país, simplemente se acelerará el proceso de descomposición interna de los EEUU, que probablemente buscará morir «llevándose por delante a muchos» en el proceso. No podemos saberlo ahora, en que el destino aparece sumamente nebuloso, confuso, con mucho humo negro que nos ofusca la visual.
Lo cierto y lo concreto es que unos «poderes ocultos» quisieron la muerte de Donald Trump para el sábado 13 de julio de 2024, y la «Mano de la Providencia» intervino en la historia, como siempre lo hace (de maneras más sutiles, en algunos casos, y más notorias como en este suceso). Con esto no quiero decir que Donald Trump es una especie de «enviado divino», ni mucho menos; al contrario, creo que el hombre es parte del problema en este instante, no la solución.
Pero sí, afirmo que fuimos testigos de que Dios, y solamente Dios, es el dueño de los destinos del mundo; es Dios quien está en el control de todas las cosas que suceden, de las que permite y las que no permite. Por ende, los diabólicos hombres que pretenden erigirse como amos del planeta no tienen, y nunca tendrán, la última palabra.