El reformista Masoud Pezeshkian con 53,6% de los votos se coronó como presidente de Irán tras derrotar el viernes pasado al ultraconservador Saeed Jalili (44,3%) en la segunda vuelta de las elecciones en las que votaron más de 15 millones.
En la campaña prometió una agenda completamente contraria a la del líder supremo ayatolá Ali Khamenei y el establishment conservador. Defiende una política de acercamiento hacia Estados Unidos y Europa con el fin de levantar las sanciones impuestas debido al programa nuclear iraní, las cuales han tenido un impacto rotundo en la economía nacional y mitigar el desempleo juvenil.
Abogó también por abordar la persistente controversia en torno al velo obligatorio para las mujeres y la polémica del “apartheid de género”.
Para el establishment, representa una amenaza potencial. Pero el líder Supremo todavía tiene la última palabra sobre cualquier decisión política. Ali Jamenei, ya ha lanzado una advertencia a Massoud Pezeshkian reiterando que un posible acercamiento con Estados Unidos no es una «buena política” y “quienes la predican son incapaces de gobernar el país”.
Entonces, ¿cambiará algo el desembarco de un reformista a la presidencia?