sábado, 20 abril, 2024

Inhumanidad sanitaria, covid y la vie en rose

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Edith Piaff popularizo una canción en 1946 que se convirtió en todo un icono, «La Vie en Rose» para millones de personas en el mundo entero, un himno que habla sobre el amor. Bella y hermosa palabra que se les ha negado en las horas más sombrías a nuestros amigos, familiares y conocidos en los momentos, antes, durante y después de su muerte.

Esta canción, compuesta en el apogeo de la Gran Guerra, mientras ayudaba a la resistencia francesa, fue un símbolo, el buque insígnia que ayudo a sobrellevar la incertidumbre y la tristeza en momentos de muerte y desesperación. A todas estas personas que han fallecido durante la denominada época Covid, se las ha maltratado al prohibirles ver la vida de color de rosa, solos y abandonados en una habitación de hospital en lo mejor de los casos, y en el peor, tirados en los pasillos a la espera de un milagro, cuando ya se les daba por desahuciados. Tal vez cientos de personas hubieran podido sobrevivir escuchando simplemente palabras como:

«Cuando él me toma en sus brazos

Y me canta bajito

Veo la vida en rosa

Él me dice palabras de amor

Me las dice cada día

Y eso me hace sentir algo»

Durante y después de la pandemia del Covid-19 (Sars Cov. 2) Padres, hijos y abuelos, se vieron sometidos a uno de los experimentos más crueles y vejatorios, impuestos por las autoridades gubernamentales, la soledad. Produce bochorno escuchar a los políticos de turno quitar hierro al asunto, como diciendo que se hizo todo lo que se podía hacer. En esos momentos de delicada agonía, muchas personas murieron por la falta de empatía y soledad emocional, al margen de los famosos triajes sanitarios, en los pasillos de los hospitales, por falta de recursos. ¡Qué pena que no lo supieran antes! Padres, hijos y abuelos, fueron asesinados por esta desprotección infame, para nada ignorante y decente. Es posible que estos actos cometidos por nuestros gobernantes, hayan sido una de las decisiones más crueles de nuestra historia, y que lastimosamente quedarán sin impunidad.

El filósofo Sartre planteó con dureza el horror cometido por unos hombres contra otros en la Segunda Guerra Mundial:

«En 1943, en la rue Lauriston [el cuartel general de la Gestapo en París] había franceses que gritaban en la agonía y el dolor; toda Francia podía oírlos. En esos días el resultado de la guerra era incierto y no queríamos pensar en el futuro. Solo una cosa parecía imposible en cualquier circunstancia: que un día personas actuando en nuestro nombre harían gritar a otros hombres».

Durante estos dos años de pandemia, hemos podido observar cómo nuestros políticos sean del cariz que sean, han obligado a sus conciudadanos a un régimen carcelario, un régimen que ha convertido a la policía en violadores de los derechos fundamentales, privando a las personas de su participación en el estado de derecho. Fue implantada una ley marcial que incapacitaba a las personas al derecho a decidir, violando y violentando su intimidad, con violencia si fuera necesario. Durante todo este tiempo los entes gubernamentales han aplicado una tortura silenciosa sistemática sobre su población que a muchos los ha llevado literalmente a la tumba, por falta de cuidados emocionales. Algo relevante para luchar contra todo tipo de enfermedades como el cáncer, el trasplante, o cualquier otra enfermedad de larga duración y estancia hospitalaria. Y es que, como dice Hanna Arendt tras la conclusión del juicio a Eichmann a la pregunta ¿Qué tipo de persona es un torturador? «No son personas sádicas y locos, pervertidos, sino oficiales responsables. Lo que implica que cualquiera puede ser un torturador».

Es también la tesis de la mayor parte de los expertos en «atrocitología», quienes insisten en que, si se considera que la violencia extrema está provocada por personalidades monstruosas, psicopáticas, no comprenderemos lo abismático del asunto.

Está claro que la sociedad presenta un cuadro de deshumanización, bajo el cual la sociedad ha claudicado y presentado pleitesía.

También hay que decir que, tras los primeros aplausos a los sanitarios, balconadas llenas de una ignorancia consumada, también vinieron las perturbadoras imágenes de estos al restringir los móviles a los mismos secuestrados (pacientes por supuesto todos Covid-19) para que no pudieran acceder a noticias del exterior, y que estos a la vez, no ofrecieran una información propia de lo que ocurría en los interiores de los centros sanitarios. Esta es una historia donde todos hemos sido secuestrados y coaccionados, para hacer y deshacer. La libertad de las familias se ha visto secuestrada, utilizada, y manipulada vilmente, socavando los verdaderos cimientos de nuestra civilización.

Mientras tanto, los muertos han ido llegando a cuenta gotas, hasta convertirse en miles, y así, el baile de máscaras del escuadrón de soplones se iba convirtiendo en las nuevas juventudes hitlerianas, como si estuviéramos en la Alemania nazi, donde había y sigue habiendo, personas anónimas que hacen acusaciones anónimas. El covid ha sido y sigue siendo la tormenta perfecta para crear una sociedad que viva del miedo, miedo a decir lo correcto, miedo a hacer lo incorrecto, deshumanizándonos un poco más cada día.

«Mutatis, Mutandis» es una cita latina, que nos viene a decir más o menos, cambiando lo necesario. A tiempo hubiésemos evitado muchas víctimas. Una lástima que nadie haga autocrítica y el silencio sea la norma social. En el cielo no hay bobos, dice otra cita, y así debe de ser.

Pero la Vie en Rose seguirá cantándose en cada amanecer, en cada ocaso:

«Una gran felicidad toma su lugar

Los problemas y penas se alejan

Felicidad, felicidad por la cual se puede morir»

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