Analisis

El dragón verde odia a la humanidad

Cuando uno mira la televisión, navega en redes sociales, o ingresa a la universidad se percata, rápidamente, que el clima es el tema central en las discusiones políticas y académicas

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Partamos por el principio: amo profundamente a la naturaleza, eso incluye a los animales. Pero mi cariño por el medio ambiente no implica que deba aceptar los postulados ecologistas. Que, dicho sea de paso, muy pocos entienden a plenitud, pero los repiten por pura moda. Veamos algunos componentes de esta peligrosa ideología.

Cuando uno mira la televisión, navega en redes sociales, o ingresa a la universidad se percata, rápidamente, que el clima es el tema central en las discusiones políticas y académicas. Aunque los más comprometidos ambientalistas afirmen ser demasiado sofisticados, inteligentes y modernos para seguir los pasos de alguna antigua religión pagana o animista, su nuevo «ambientalismo progresista», en realidad, es un reempaque de viejos errores panteístas.  Además de estar combinado con un conjunto mucho más peligroso de propuestas de política pública que las versiones anteriores del ambientalismo. Son como las sandias: verdes por fuera, pero rojos por dentro.

El historiador Paul Jonson afirma que el ambientalismo no puede ser considerado un movimiento progresista. Puesto que ―por muy modernos que se declare― parte de viejos errores ya superados por la ciencia económica, entre ellos, el agotamiento de los recursos, la sobrepoblación y la cantidad estática de la riqueza.

Sin embargo, el peligro del ambientalismo no es su inconsistencia teórica, sino su peligrosa agenda política. Por ejemplo, en la administración presidencial de Jimmy Carter los grupos ambientalistas lograron imponer algunas de sus utopías al total de la agenda política en Estados Unidos. De hecho, desde esa época los «científicos» ambientalistas han pronosticado varias crisis ambientales que nunca llegaron. Por citar un caso, en 1968, Paul Ehrlich, en su libro, La bomba demográfica, mencionaba que, en los años 80, producto de la «sobrepoblación», la humanidad experimentaría hambrunas y un «invierno nuclear». No obstante, a pesar de los problemas que todavía persisten en el mundo, gracias al capitalismo, millones de personas pueden hoy alimentarse mejor que muchos ricos del siglo XVIII.

Paul Ehrlich ponía en el hombre toda la responsabilidad de una «inminente» destrucción del planeta. Por eso, defendió sin ningún tapujo, la reducción poblacional en los países del tercer mundo. Ehrlich proponía, mediante la creación de instituciones supraestatales, la posibilidad de introducir un cambio de valores que llevaran a la reducción de la natalidad. Por eso, es muy común que el militante ambientalista comparta la agenda del aborto con los grupos feministas.

Empero, Ehrlich omitió un detalle relevante a la hora de analizar la economía, la producción y el medio ambiente: La función empresarial del ser humano.

La función empresarial consiste, básicamente, en descubrir y aprehender las oportunidades de alcanzar algún fin o, si se prefiere, de lograr alguna ganancia o beneficio, que se presentan en el entorno, actuando en consecuencia para aprovecharlas.

La función empresarial, no sólo hace posible la vida en sociedad, al coordinar el comportamiento desajustado de sus miembros, sino que también permite el desarrollo de la civilización, al crear continuamente nuevos objetivos y conocimientos que se extienden en oleadas sucesivas por toda la sociedad. Además, esto es muy importante, permite igualmente que el desarrollo sea armonioso.

James Wanlis ha descrito al movimiento ambientalista como un dragón verde enemigo del ser humano. Y es que los ecologistas odian todo lo positivo de la civilización occidental (propiedad privada, libre mercado, empresa y familia).

La histeria que se está fomentando es destructiva. Pero beneficiosa para aquellos que juegan a los protectores de la Pachamama. La porquería política que se pasea por las Naciones Unidas, conocida por ser la más falsa y oportunista del globo, está ansiosa de recibir miles de millones de dólares para «salvar» a la humanidad, sin contar el enorme poder que tendrán sobre la vidas y haciendas de personas de los países menos desarrollados. No es por la naturaleza, es por el control total de la vida.

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