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Hispanidad contra barbarie

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El 3 de agosto de 1492, el Capitán Cristóbal Colón, hispano de origen genovés, partió desde la Península Ibérica navegando por el “Mar Océano” rumbo a lo desconocido. Acariciaba un viejo sueño, que alimentó en las provincias y repúblicas italianas gracias a los estudios cartográficos de muchos distinguidos investigadores. Un reciente descubrimiento científico afirma que existían códices antiguos preservados por los monjes de la región que señalaban la posibilidad de la existencia de un “Nuevo Mundo” más allá del “Mare Tenebrarum”, hoy conocido como Océano Atlántico.

Si esto es cierto, se acrecentaría aún más la proeza de Colón y sus patrocinadores, los Reyes Católicos de España, Doña Isabel de Castilla y Don Fernando de Aragón, quienes solo nueve meses antes, el 25 de noviembre de 1491, lograron la hazaña de la “Reconquista”, expulsando de manera definitiva a los moros del Emirato de Granada. Quizás estos dos monarcas, los más brillantes que conoció la Era Moderna, tendrían planes de encontrar un camino para evangelizar Oriente y avanzar sobre la retaguardia de los feroces otomanos.

La historia tradicional indica que el Reino de España, en búsqueda de nuevas rutas comerciales ante el avance del Imperio Otomano tras la caída de Bizancio en 1453, se puso en campaña llevando a cabo notables desarrollos en técnicas navales. Pero venía a la zaga del Reino de Portugal, que había conseguido doblar en torno al “Cabo de la Buena Esperanza”, en el extremo sur de África, conectando a Europa con Asia por dicho camino y que contaría con ilustres navegantes como el Capitán Vasco de Gama. Por esta razón, los Reyes Católicos no tenían tiempo que perder y aprobaron la expedición del curioso y enigmático Cristóbal Colón rumbo al “Mar Océano”, con lo último de dinero que quedaba en sus cofres.

España, a la sazón principal potencia de Europa, había desarrollado (junto a su vecina Portugal) la ciencia de navegación al punto que hay un antes y un después de los hispanos en lo referente a la materia. Las “Carabelas” y “Naos”, las “Velas a Cuadros”, el “Barlovento y Sotavento”, la moderna lectura de las cartas de navegación, el perfeccionamiento de los instrumentos como el cuadrante y el astrolabio, en fin, tantas técnicas y artes científicas que darían su fruto cuando los navegantes de la “Niña”, “Pinta” y “Santa María”, encomendándose a Nuestra Señora del Pilar, avistaron tierra el 12 de octubre de 1492 en el tercer mes de travesía. Juan Sebastián Elcano y Fernando de Magallanes rematarían la hazaña iniciada por Colón dando la primera vuelta al mundo el 6 de septiembre de 1522, dos proezas gloriosas y titánicas del Reino de España que solo se comparan a las pioneras exploraciones del espacio exterior, casi cinco siglos después.

El mundo cambió para siempre porque había un Nuevo Hemisferio en Occidente para conquistar y civilizar. Fue la tarea encomiable que llevó a cabo el Imperio Español. Mientras los demás países de Europa eran una pira ardiente de cadáveres en plena Revolución Protestante iniciada en 1517, los Caballeros Hispanos, que no pasaban de 500 en los casos de Hernán Cortés en México, Francisco de Pizarro en Perú o Alejo García en el Paraguay, ponían bajo el manto de la Santa Virgen María a millones y millones de aborígenes que vivían bajo la más atroz tiranía que conoce la historia, siendo sacrificados y canibalizados por Aztecas, Incas, Mayas, Guaicurúes y Charrúas.

Era la luz de la Hispanidad contra la barbarie de los “adoradores de serpientes aladas”.

Ese inmenso proceso civilizatorio llevado a cabo por el Imperio Español despertó la envidia y el encono de sus enemigos políticos de entonces quienes apelaron a amargas técnicas propagandistas con las que pretendían falsificar la historia y manchar a España con invectivas panfletarias de poca monta pero enorme difusión. Nació así lo que conocemos hoy como “Leyenda Negra”, que es una relación de sucesos que tienen poco de histórico y mucho de fabuloso por medio de los cuales se busca imponer una opinión desfavorable e infundada sobre los actos del Imperio Español a partir del siglo XVI en adelante, con fines políticos y propagandísticos.

Sin duda alguna, abusos y atrocidades fueron cometidos por los Caballeros Hispanos durante la Conquista, pues en el fragor de la batalla contra sus furiosos y fanáticos enemigos que comían carne humana como ritual para sus demiurgos, no habrán sido pocos los castigos y represiones igualmente brutales. Tampoco faltaron actos de corrupción, como no los faltan hoy en todas partes del mundo, pues como recitaba el Salmista: “pecador soy desde el vientre de mi madre”. Pero sin pérdida de tiempo, tras haber obtenido la victoria sobre sus temibles y formidables rivales en la América Descubierta, los españoles se encargaron de dotar a todo el continente de universidades 100 años antes que los ingleses, así como establecieron hospitales, misiones religiosas, desarrollando y difundiendo filosofía, ciencia y arte del más elevado que conoció la época hasta el siglo XVIII, cuando el Imperio Español entró en decadencia. A todo esto accedieron, tanto peninsulares como criollos, mestizos e indígenas, incluso africanos, sin distinciones. Nada similar ocurrió en las colonias anglosajonas, francesas o portuguesas.

Totonacas y tlaxcaltecas, limeños y charqueños, guaraníes y carios, todas estas tribus liberadas de las diabólicas carnicerías de las etnias enemigas que fueron sus verdaderos opresores, eligieron unirse totalmente a sus “Conquistadores”, que también fueron “Libertadores”. Porque a diferencia del racismo protestante en el mundo anglosajón, que consideraba que los aborígenes y africanos “no tenían alma”, los Caballeros Hispanos (es decir españoles, pero también italianos anteriores al siglo XIX e incluso los mismos portugueses), guiados por la Doctrina Verdadera y la superior filosofía que poseían en ese tiempo, no tenían reparos en bautizar a medio mundo y fundirse plenamente, en la misma carne y alma, con los nativos americanos, dando nacimiento a criollos y mestizos, que somos hoy.

Y pronto, a la Espada de la Justicia traída por España, siguió la tesonera labor de los misioneros para que todos nosotros, nietos de los Reyes Católicos Isabel y Fernando, recordemos con orgullo esas epopeyas inmarcesibles de quienes nos legaron un nuevo mundo, con sus luces y sombras, con las esperanzas vivas en un mañana lleno de esplendor.

Algunos palurdos, haciendo alarde de su ignorancia por fines políticos o por mera estulticia, siguen insultando y pisoteando a la Madre Patria. Nos viene a la mente el Presidente de la República de México, Don Andrés López Obrador, repitiendo a diestra y siniestra los absurdos tópicos de la “Leyenda Negra” para alimentar al más ridículo indigenismo que está muy lejos de representar algo verdaderamente histórico. Porque, como hemos dicho, millones de aborígenes eran los oprimidos (totonacas, tlaxcaltecas y demás) bajo el feroz yugo de los opresores del Imperio Mexica.

Es una gran paradoja que el Presidente de México utilice la propaganda negro-legendaria creada por los anglosajones, quienes fueron los que más daño han hecho a su país desde las independencias. Parece que sale más “barato” criticar a la noble España por algunos errores que esta haya cometido antes que a los “globalistas” que hoy tienen sometida y subyugada a Hispanoamérica.

El Día de la Hispanidad no solo debe ser motivo de fiesta y de lucha contra la falsificación de la historia. También debe servirnos para reflexionar sobre nuestro pasado y plantear un nuevo futuro en el que podamos recuperar nuestras raíces, tradiciones auténticas y liberarnos del yugo de los nuevos opresores, esos que han inventado la Leyenda Negra.

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