La pérdida de libertad no sólo la sufren quienes están tras la rejas en los establecimientos carcelarios, sino que la padecemos todos los ciudadanos cuando transitamos por ciudades, rutas o distintos puntos del país y nos encontramos con piquetes o manifestaciones que nos impiden circular con normalidad, lo que nos coarta nuestro derecho, consagrado por la Constitución Nacional, de transitar libremente. Esto se llama “pérdida de libertad”.
Los innumerables y sucesivos paros docentes atentan y cercenan también otro derecho constitucional: el de aprender. Esto se llama “pérdida de libertad”.
El flagelo de la inseguridad nos convierte en seres temerosos; nos sentimos perseguidos, vigilados y encerrados entre rejas como en una prisión, todo lo cual nos obliga a cambiar nuestros hábitos de vida cotidiana. Esto se llama “pérdida de libertad”.
Nosotros, los ciudadanos de a pie, también tenemos una gran responsabilidad en el cumplimiento de las normas de convivencia.
Sufrimos de anomia, o sea un desapego que genera el vivir cómodamente sin normas. O, mejor dicho, transgredirlas de forma permanente. Lo vemos en nuestras actitudes y comportamientos en la calle, con los vehículos, con los celulares, en los semáforos que no respetamos, en los estacionamientos y todo lo que implique violar la ley cuando esta no nos gusta o nos incomoda.
Tenemos que recuperar la libertad de vivir en una sociedad en donde todos respetemos y entendamos que el derecho de uno termina donde comienza el derecho del otro, sabiendo y comprendiendo que para superar el malestar general es fundamental dejar de lado intereses personales o sectarios para lograr alcanzar el objetivo final, que no es otra cosa que el bienestar general de todo un pueblo.
Todos tenemos algún grado de responsabilidad en lo que pasa y nos pasa; los gobernantes, dirigentes políticos, sindicalistas y formadores de opinión que deben priorizar la honestidad intelectual y no, como decía el famoso humorista Groucho Marx, “Yo tengo mis principios, pero si no les gustan tengo otros”.
Siempre debe prevalecer el bien común por sobre el particular o personal y el sentido común es fundamental para saber aplicar la autoridad con energía y de acuerdo con la ley, ya que la autoridad es necesaria e imprescindible en toda sociedad organizada, moderna y democrática, lo que no debe confundirse con autoritarismo.
Cuando logremos esto, habremos recuperado la libertad perdida.