Analisis

A 40 años de la Revolución Islámica: qué cambió en Irán y en Medio Oriente

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La relación entre islam y política tal como se la conoce en la actualidad sería incomprensible sin tener en cuenta el profundo impacto de la Revolución Iraní de 1979. Tampoco podría entenderse la complejidad del vínculo entre el mundo musulmán y Occidente sin considerar la radical transformación política y social que se produjo en ese momento.

El shah Mohammad Reza Pahlavi, último representante de una monarquía que rigió durante 2.500 años en el territorio persa, asumió en 1941 un reinado que buscó modernizar al país. Expropió campos pertenecientes a terratenientes, privatizó empresas públicas y liberalizó la economía.

Además, redujo el peso de la religión en la vida civil, como parte de una estrategia de occidentalización. Entre otras cosas, prohibió el uso del velo islámico y habilitó el voto femenino.

Los clérigos chiíes, de mucha ascendencia en Irán, fueron los principales detractores del shah. Entre ellos, empezó a sobresalir la figura del ayatolá Ruhollah Khomeini, que a pesar de ser expulsado del país por sus críticas al monarca, lideró desde el exilio un movimiento sin precedentes.

El shah Reza Pahlavi

A la resistencia se sumaron también sectores laicos. Algunos partidos de izquierda, que cuestionaban las políticas pro mercado de Reza Pahlavi y su cercanía con el Reino Unido y con Estados Unidos. Y grupos liberales que se oponían a la persecución política y a la corrupción generalizada, y exigían el establecimiento de una democracia plena.

Todos esos grupos confluyeron detrás de Khomeini, pensando que después de la caída de la monarquía se iba a correr de la escena e iba a abrir el juego político. Sin embargo, una vez que el Shah escapó de Irán y se consumó la revolución, el ayatolá instauró una teocracia siguiendo los preceptos de la ley islámica, y se proclamó líder supremo.

El vuelco fue tan abrupto que alteró dramáticamente el escenario geopolítico en Medio Oriente, y cambió las relaciones internacionales. Demostró que se podía revertir el proceso de secularización —que antes parecía irrefrenable— y que la religión podía ser una poderosísima herramienta política en el siglo XX, especialmente en el mundo musulmán.

El ayatolá Ruhollah Khomeini ( JOEL ROBINE / AFP)

Causas de la revolución

«Hubo un estallido poblacional y las expectativas de la sociedad comenzaron a aumentar. El Shah estaba haciendo importantes cambios políticos, que tuvieron que ser aplazados cuando el precio del petróleo cayó súbitamente y se quedó sin el dinero necesario para financiarlos. Además, había un espíritu global favorable a la revolución que se podía respirar, alentado por estudiantes universitarios. Los jóvenes estaban cansados de la monarquía e ingenuamente creyeron que iba a haber una democracia. Pero los clérigos chiíes tenían otras ideas», contó a Infobae la reconocida historiadora Laina Holzman, estudiosa de la Revolución Islámica.

Los ayatolás están entre las máximas autoridades religiosas del islam chií. Son expertos en leyes y en filosofía islámica, y si bien su rol es principalmente teológico, siempre se involucraron en asuntos políticos.

Pero ninguno tuvo jamás un protagonismo comparable al que ganó Khomeini en los años 60, mientras se profundizaban las reformas occidentales del shah. El voto femenino, la adopción de los husos horarios internacionales, permitir el acceso de judíos y cristianos a cargos públicos, eran aberraciones para él.

Manifestantes derriban una estatua del shah en una de las movilizaciones previas a la revolución

En 1963 dio un famoso discurso en la Escuela Feyziyeh de Qom, en el que atacó directamente al rey por las medidas que venía tomando y por reprimir brutalmente a un grupo de estudiantes que habían protestado contra ellas. Poco después fue arrestado y luego forzado al exilio.

Lejos de perder relevancia, terminó convirtiéndose en un mito. Los cassettes que grababa desde el exterior entraban clandestinamente al país y sus fieles se reunían en secreto para escucharlos.

«Al momento de la revolución, la economía iraní sufría de inflación y de un crecimiento demasiado lento. La clase media educada clamaba por mejores condiciones y por más libertad. Pero esos factores no pueden, por sí solos, explicar lo que pasó», sostuvo Nader Entessar, profesor emérito de ciencia política de la Universidad del Sur de Alabama, consultado por Infobae.

«En muchos aspectos —continuó—, la Revolución fue accidental. Ninguna de las partes, ni siquiera el campo religioso, esperaba que la revuelta pudiera derrocar a la monarquía. La izquierda, en el mejor de los casos, había anticipado un largo período de choques armados que podía debilitarla con el tiempo. Las fuerzas seculares y nacionalistas sencillamente querían que el sistema se reformara y habilitara libertades básicas».

Pero, tras varios años de descontento acumulado, el régimen comenzó a tambalear a fines de 1977, tras la misteriosa muerte en Irak de Mostafa Khomeini, hijo mayor del ayatolá. La versión oficial es que padeció un infarto, pero los seguidores de Khomeini culparon a la SAVAK, la policía secreta iraní.

El suceso desató una ola de protestas que fue en ascenso durante los meses siguientes, y todas las respuestas del shah agravaron la crisis. Cuando optó por una mayor apertura, fue aprovechada por sus detractores para organizarse y arrinconarlo. Cuando prefirió la represión salvaje, generó tanta indignación que más gente se sumó a las movilizaciones siguientes.

El ayatolá Ruhollah Khomeini desciende del avión que lo trajo de Francia tras 15 años de exilio

«A mi juicio, el factor más importante para el repentino colapso de la monarquía fue la parálisis política del shah y su incapacidad para pensar claramente y actuar con decisión en la última parte de su reinado. Sus aliados occidentales, en particular Estados Unidos, querían asegurarse de que el gobierno que lo sucediera no fuera pro soviético, así que empezaron a buscar a la mejor alternativa, lo cual le dio a un debilitado shah más razones para entrar en pánico y permanecer indeciso. Quizás fue el cáncer terminal que padecía lo que contribuyó a su inhabilidad. Por la razón que fuera, dejó de funcionar como líder y el país quedó sin dirección más de un año antes de la victoria revolucionaria», explicó Entessar.

El último gran error de Reza Pahlavi fue forzar al gobierno de Irak a expulsar a Khomeini del país, en un intento de cortar sus nexos con los referentes de las revueltas. Pero se fue a Francia, donde consiguió la atención de los medios internacionales. Con un discurso moderado, sin menciones a su plan de islamización, logró ganarse la simpatía de organizaciones y líderes de todo el mundo.

El movimiento opositor cobró más fuerza que nunca y el Shah trató de evitar la debacle total nombrando un gobierno provisional el 28 de diciembre de 1978. Eligió como primer ministro a Shahpour Bakhtiar, dirigente del Frente Nacional, un partido opositor de izquierda. Pero, al ver que su caída era inminente, abandonó el país para siempre el 16 de enero de 1979.

Una multitud celebra el triunfo de la revolución de 1979 en la Torre Azadi de Teherán

Bakhtiar inició un breve período de apertura, que incluyó la disolución de la SAVAK, la liberación de presos políticos y, en una osada maniobra, la invitación a Khomeini para que regrese al país. El ayatolá arribó a Teherán el 1 de febrero. Fue recibido por una multitud pocas veces vista, en lo que fue un preludio de su coronación.

«Khomeini sólo hizo saber cuáles eran sus verdaderas intenciones cuando regresó de París —dijo Holzman—. Muchos pensaban que iba a ser un inofensivo símbolo de rectitud, pero se dieron cuenta de que habían sido engañados. Lo primero que hizo fue ir a una escuela de niñas. Las desalojó y la convirtió en su cuartel general».

 El factor más importante para el repentino colapso de la monarquía fue la parálisis política del shah y su incapacidad para pensar claramente y actuar con decisión

El ayatolá tardó apenas horas en declararle la guerra al gobierno provisional, que proyectaba el establecimiento de algo parecido a una democracia liberal. El 5 de febrero proclamó su propio gobierno revolucionario, y nombró como primer ministro a Mehdi Bazargan.

En los días siguientes se produjeron algunos enfrentamientos armados entre milicias de ambos grupos, hasta que Bakhtiar se vio obligado a escapar del país. El 11 de febrero de 1979 se produjo el triunfo definitivo de Khomeini.

El momento en que jóvenes iraníes irrumpen en la embajada estadounidense en Teherán

Un país que cambió radicalmente

El nuevo régimen decepcionó muy rápidamente a los sectores democráticos que lo habían apoyado. El 30 y el 31 de marzo realizó un referéndum en el que la abrumadora mayoría optó por ponerle fin a la monarquía y fundar una república islámica. Khomeini pasó a ser el líder supremo vitalicio de Irán, reservándose la potestad de supervisar todas las leyes y de nombrar a funcionarios políticos y judiciales.

Además, se creó la figura del presidente electo a través del voto popular, aunque claro que no cualquiera podía presentarse. Desde ese momento, los candidatos a todos los cargos electivos deben pasar el estricto filtro del Consejo de Guardianes de la Constitución, compuesto por expertos en la ley islámica elegidos por el líder supremo y por el Parlamento.

«El líder se reserva potestades inusuales y prerrogativas ideológicas. Él y los clérigos subordinados sostienen que es infalible y que no se equivoca nunca, porque recibe la guía y la inspiración del profeta (Mahoma). Algunos incluso afirman que todos deben someterse a su mando, y que la desobediencia es equivalente al politeísmo. Cualquiera que se opone es considerado un mohrab, o enemigo de Dios, y puede ser ejecutado», dijo a Infobae Misagh Parsa, profesor de sociología en el Dartmouth College de New Hampshire, y autor de Democracia en Irán: por qué fracasó y cómo podría tener éxito (Harvard University Press).

Parlamentarios iranínes prenden fuego una bandera estadounidense, una imagen que se volvió corriente en el nuevo Irán

En los meses siguientes a la revolución, las principales fuerzas políticas no adictas al régimen fueron prohibidas y hubo purgas en las universidades y en los distintos organismos públicos. El velo volvió a ser obligatorio y las minorías religiosas fueron nuevamente marginadas.

«La teocracia impuso diversos cambios sociales y culturales que no formaban parte de las demandas de la mayoría de los colectivos que habían participado de la revolución —continuó Parsa—. Los nuevos gobernantes relegaron inmediatamente a las mujeres a ser ciudadanas de segunda y restringieron los derechos de las personas a vestirse, cantar, beber, festejar, escuchar música, o sencillamente pasear a su perro por la calle libremente. Además de crear nuevos conflictos en la sociedad, el régimen acudió a una represión sin fin para contenerlos».

El 4 de noviembre de 1979 el mundo vio hasta dónde estaba dispuesta a llegar la Revolución Islámica. Días antes, Estados Unidos había aceptado el pedido del agonizante Reza Pahlavi de ingresar al país para someterse a un tratamientomédico complejo. Teherán protestó y pidió su extradición, pero Washington se negó. Entonces, un grupo de jóvenes entró por la fuerza a la embajada estadounidense en la capital iraní.

El último misil presentado por el régimen iraní, algo que forma parte del repertorio habitual del régimen (AFP)

Ante el asombro de la comunidad internacional, 52 diplomáticos permanecieron 444 días como rehenes. Tras la imposición de sanciones económicas por parte de Estados Unidos, y del fracaso de un intento de rescate y de sucesivas instancias de negociación promovidas por el gobierno de Jimmy Carter, fueron liberados el 20 de enero de 1980, a horas de la asunción de Ronald Reagan como presidente.

El Shah se había ido de Estados Unidos en diciembre, y murió el 27 de julio de 1980. Nueve años después se produjo el deceso de Khomeini. Ali Khamenei asumió como líder supremo el 4 de junio de 1989, y se mantiene como máxima autoridad de la república hasta la actualidad.

«A 40 años de la revolución, la economía iraní ha sido un fracaso absoluto: el PIB per cápita es hoy menor al de 1976. Adicionalmente a recibir una cantidad no especificada de recursos estatales, el líder y las entidades que están bajo su órbita controlan cerca del 50% del PIB. La Guardia Revolucionaria (el brazo armado del régimen) también se volvió muy económicamente activa, interviniendo en cada área importante. Junto con los monopolios clericales, marginaron al sector privado», dijo Parsa.

 Los nuevos gobernantes relegaron inmediatamente a las mujeres a ser ciudadanas de segunda y restringieron los derechos de las personas a vestirse, cantar, beber, festejar y escuchar música libremente

No obstante, sería un error decir que el resultado de la Revolución fue homogéneo. Lo cierto es que los cambios no afectaron de la misma manera a los distintos sectores de la sociedad iraní, cuyos intereses han sido contradictorios a lo largo de la historia.

«Para las clases medias y altas modernas, las cosas cambiaron para peor. Muchos perdieron sus trabajos, las mujeres tuvieron que volver a usar el veloy las bebidas alcohólicas fueron prohibidas. Para ellos, fue como si el país cayera bajo ocupación extranjera, y más de un millón emigró. Pero para los sectores tradicionales y para los pobres hubo mejoras. Los nuevos ocupantes del poder eran solidarios con sus valores culturales, y hubo un tremendo proceso de movilidad social ascendente en los 80 y en los 90. Sin embargo, esta tendencia se interrumpió a mediados de los 2000, con las políticas neoliberales. En este punto, los pobres son los que más sufren», describió Houchang E. Chehabi, profesor de historia y relaciones internacionales de la Escuela de Estudios Globales Frederick S. Pardee, de Boston, en diálogo con Infobae.

El ayatolá Ali Khamenei sucedió a Khomeini en 1989 (AFP PHOTO)

El impacto sobre Medio Oriente

«Uno de los efectos más poderosos y de mayor alcance de la Revolución fue la demostración de que un régimen religioso puede, de hecho, funcionar, y que la gente es capaz de derrocar a sus gobiernos», dijo Chehabi.

Irán es desde hace tiempo una de las máximas potencias de la región. Con una población de 81 millones de personas, la cuarta reserva de petróleo del mundo y la primera de gas, tiene la envergadura y los recursos para influir sobre sus vecinos.

Como la revolución se produjo en un país de esa trascendencia, el impacto fue fuerte y casi inmediato en todo Medio Oriente. En distintos países de mayorías musulmanas, donde ya había pequeños grupos con ideas radicalizadas, que rechazaban la creciente influencia occidental, se convirtió en un ejemplo a seguir. Fundar un estado que se rija por la sharia —ya sean repúblicas islámicas o califatos— pasó a ser algo realizable.

Hezbollah, la organización armada libanesa promovida por Irán

«Muchos gobiernos dictatoriales comenzaron a temer que hubiera un efecto contagio y tomaron medidas para socavar al flamante sistema iraní —dijo Entessar—. Su primera movida fue alentar y financiar a Saddam Hussein para que Irak invada a Irán (lo cual sucedió en 1980 y desató una guerra que culminó en 1988 sin un claro vencedor). Esa fue una de las decisiones más desastrosas que tomaron los autócratas árabes. El conflicto bélico fortaleció a la incipiente república islámica y la hizo más resolutiva. La llevó a buscar aliados en la región, sobre todo, en la forma de movimientos con ideas similares. Eso desencadenó en la polarización de la política en Medio Oriente, que perdura hasta hoy».

Irán empezó a trabajar concienzudamente para exportar su modelo político y social. Una parte fundamental de ese esfuerzo fue la creación de Hezbollah en Líbano, en 1985.

Hamas, otra organización que recibe el apoyo de Irán (Aurora)

Esta organización armada, luego devenida partido político —y considerada terrorista por muchos países—, surgió como una reacción a la presencia de Israel en el sur del Líbano, en el marco de su enfrentamiento con la Organización para la Liberación de Palestina. Hezbollah se volvió un actor central en el país y en la región, con un poderío militar que le permite actuar en distintos frentes, cómo lo demostró recientemente en la Guerra Siria.

«La toma del poder por parte de los islamistas en Irán inspiró a otros grupos, como Hezbollah en Líbano y Hamas en Palestina, a organizarse y avanzar en la consecución de sus objetivos. Estas organizaciones recibieron entrenamiento y una sustantiva ayuda económica y militar por parte de Irán. Los islamistas también se movilizaron en Afganistán, lo cual llevó a los talibanes al poder en los 90, y lo que eventualmente desembocaría en la tragedia del 11 de septiembre de 2001. Con la caída de Saddam y de los talibanes, Irán halló nuevas oportunidades para influir en Afganistán, Irak, Siria y más recientemente en Yemen», concluyó Parsa.

Por Darío Mizrahi
Infobae

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